«El orgullo no es solo una celebración, es una oportunidad para transformar desde la empatía y el trabajo conjunto».
Cada año, millones de personas alrededor del mundo salen a las cales a celebrar el orgullo LGBT+. Las banderas ondean, los cuerpos bailan, las voces gritan por igualdad. Sin embargo, a pesar de colorido y la visibilidad, no todas las personas de la comunidad se sienten plenamente incluidas en estas celebraciones. La diversidad dentro de la diversidad -las identidades trans, no binarias, racializadas, con discapacidad o en situación de pobreza- aún enfrenta barreras estructurales que impiden su participación activa y plena. Entonces, ¿cómo podemos construir un orgullo realmente inclusivo? La respuesta pasa por dos palabras clave: solidaridad y alianzas.
Entender la interseccionalidad: el primer paso.
El concepto de interseccionalidad, acuñado por la académica Kimberlé Crenshaw, nos permite comprender cómo distintas formas de discriminación se cruzan y se refuerzan mutuamente. Una persona trans afrodescendiente con discapacidad, por ejemplo, no vive solo una forma de exclusión, sino múltiples y simultáneas.
Para que el orgullo sea realmente inclusivo, es necesario reconocer estas intersecciones. No basta con poner una bandera multicolor en una campaña publicitaria; hace falta escuchar, ceder espacio y amplificar las voces más invisibilizadas de la comunidad. Como afirman organizaciones como Amnistía Internacional, el activismo LGBT+ necesita integrar la justicia social como un eje central de su lucha.
Aliado que construyen, no que protagonizan
La figura del aliado es clave en la construcción de un movimiento inclusivo. Pero ser aliado no significa hablar por otros, sino abrir espacios, compartir recuerdos y defender los derechos sin protagonismo.
Las alianzas entre colectivos LGBT+ y movimientos feministas, antirracistas, indígenas o de personas con discapacidad han demostrado que los cambios más significativos surgen cuando las luchas se entrelazan. Ejemplos como la Red de Juventudes Trans México o los vínculos entre colectivos LGBTIQ+ y organizaciones zapatistas en Chiapas muestran que es posible construir alianzas desde el respeto y la horizontalidad.
Orgullo desde lo local: visibilidad en todas las realidades
Muchas veces el discurso del orgullo se centra en grandes ciudades o en narrativas occidentales, dejando fuera las realidades rurales o de comunidades indígenas. En México, por ejemplo, colectivos como Las Revueltas en Oaxaca han impulsado marchas y encuentros comunitarios donde el orgullo también significa defender el territorio, hablar en lengua originaria y denunciar violencias específicas.
Un orgullo más inclusivo es aquella que reconoce la diversidad territorial, lingüística y cultural. Esto requiere descentralizar los discursos y permitir que cada comunidad construya su forma de vivir el orgullo, sin imposiciones ni modelos hegemónicos.
Educación y representación: sembrar para el futuro
Incluir también es educar. Las escuelas, los medios de comunicación y las plataformas digitales juegan un papel fundamental en la normalización de todas las identidades. Fomentar la representación digna y diversa ayuda a combatir prejuicios, abrir mentes y generar espacios seguros.
Por otro lado, muchas personas aún desconocen la historia del orgullo y las contribuciones de figuras como Marsha P. Johnson o Sylvia Rivera, activistas trans racializadas que fueron calve en los inicios del movimiento. Rescatar estas memorias también es un acto de inclusión.
Un orgullo que se construye en comunidad
La lucha por la inclusión no termina en junio, ni se resuelve con una bandera. Construir un orgullo más inclusivo exige revisar nuestras propias prácticas, reconocer los privilegios, ceder espacios y caminar juntos con quienes han sido históricamente marginados, incluso dentro del propio movimiento LGBT+.
El orgullo es más poderoso cuando es colectivo, solidario y transformador. Solo así podremos seguir avanzando hacia una sociedad donde todas las identidades sean celebradas, respetadas y representadas.
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